domingo, 22 de junio de 2008

Buscando la luz (3)

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No pretendo abusar de tu paciencia (ya lo he hecho), exponiéndote de manera reiterada esa necesidad imperiosa que siento,- y que por otro lado supongo común a todos los mortales-, de indagación personal, de tendencia a la armonía, de anhelo de belleza, de búsqueda interior, para optar, no tanto a la grandilocuente plenitud del ser, sino, al menos, a intentar obtener un simple momento de fascinación, imaginar un hermoso y puro ideal de luz. Y si Clausewitz recuerda que “el arte es la consecución de lo sagrado por otros medios”, no te extrañe, estimado amigo, que este anhelo discurra de forma reiterada entre los vericuetos de la expresión artística.
Decía Rousseau que “para conocer nuestro corazón, se empieza por leer en el corazón de otro” Su frase me sirve para agradecer, una vez más la disposición de ánimo que muestras para compartir conmigo tus experiencias, ya sea a través de tus obras, ya sea en nuestras conversaciones virtuales. Es en este contexto de la búsqueda del sosiego interior en lo que tal vez se podrían encuadrar las incertidumbres, que en forma de preguntas, te hago llegar.
Sin embargo creo que el problema radica no tanto en el dilema que envuelve a la elección entre ceder o no al impulso creativo, sino en el modo en que la persona interioriza esa nueva realidad. ¿Es, aconsejable, beneficioso, (e incluso moralmente lícito), cortar las cadenas que atan al espíritu creador con la estructura social y afectiva que le rodea, para que de ese modo nada ni nadie interfiera en el proceso creativo? ¿Lleva la decisión creadora, por tanto, implícita un alta dosis de renuncia? Ítem más: ¿Es condición sine qua non la irrupción de ésta amarga renuncia para que el resultado de la creación resulte brillante?
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