miércoles, 26 de agosto de 2009

Pre-síndrome post-vacacional.


Sansón encadenado a unas columnas derretidas por la canícula, Ícaro de alas fundidas, simio atrapado por la luz como un Van der Rohe sin estudio, como un Goethe trabajando para la Once: Así estoy yo…sin ti.
El dolce far niente, la sangre más espesa que el chocolate, músculos fláccidos que sustentan a duras penas un cansino ritmo circadiano de comer y dormir: Se diría que los nervios transportan horchata en vez de impulsos eléctricos.
Tumbado a la bartola, sin Internet, sin ganas.

Mal asunto este de la ociosidad: No te deja más alternativa que dedicarte a pensar.

PD: Y no pienso exhibir más fotos personales a bordo de mi yate: Se resentirá mi ego, pero se pondrá contento el Porquero.

domingo, 23 de agosto de 2009

Trajes en Valencia

La noticia del trasplante alegró la mía: Caras angustiadas, risueñas, hoscas, de Jolie o de gorila amaestrado; Rostros impávidos, seductores, obtusos o tiernos; Expresiones de jugador de póker, facies leoninas, papos de “Netol” o “papadas –Michelin”. Rostros de cordero degollado, de enamorado -valga la redundancia- , de odio, de ternura, de compasión; Jetas inertes, perfiles de cartón-piedra, versus fisonomías repletas de expresividad.
Y observo que algún célebre cirujano se muestra en sus ruedas de prensa con el putapénico aspecto de un hippie venido a más.
Y que aunque el citado gurú haya comprendido que la cara es el espejo del alma, se olvida que el hábito puede distraer del monje.

Y que cuando consigues una historia verdaderamente buena, la prudente discreción limita el riesgo de que el auditorio solo se fije en tu traje.


PD: Los medios justifican la indumentaria colorista aludiendo al amor que el cirujano siente por África. Vana excusa: Yo nunca daría una conferencia embutido en la camiseta del Real Oviedo.

Y es que,-incluso en este submarino, aunque haga calor-, la tolerancia de lo políticamente correcto tiene un límite.

domingo, 9 de agosto de 2009

¡Hala, alas, Alan!


Así como las conjunciones planetarias inducen severos cambios magnéticos en los entornos astrales y trastocan la polaridad geobiológica de los seres vivos, existen condiciones en la vida de un hombre que le arrastran sin remedio a dar un paso adelante y saltar al vacío.
Por un lado, mi princesa asegura que jamás sería yo capaz -cartesiano contumaz, controlador nato- de realizar cualquier actividad que escapase a mi estricto raciocinio; Por otro lado, el desesperante goteo de cumplir años, ilumina la certeza de que el número de oportunidades para ejecutar algunas locuras decrece drásticamente.
Así pues, rodeado de argumentos, me rendí, cerré los ojos, y cual pajarillo inocente -o Ícaro redivivo- salté.

PD: Y ahora que me fijo en Alan (1.95, “el holandés-gigante”), me doy cuenta que nunca había tenido un hombre tan acoplado a mis espaldas.
Pero comprenderéis, estimados blogueros, que a 4000 metros de altura y en caída libre (230 Km/h),... ¡como para pensar en mariconadas estaba yo!