miércoles, 25 de agosto de 2010

El hastío del estío

Harto ya del rutinario soniquete veraniego (piribiribiribí, piribiribiribí,¡uh!: pararáamericano…), decidí sintonizar una melodía más apacible con la que otorgarle un alivio a mi atormentado espíritu. Y para ello, con dos bemoles, encaminé mis pasos hacia la antigua “Marca” fronteriza carolingia, una difusa línea que transcurre por las estribaciones pre-pirenaicas del Alto Ampurdán.
Y, os lo aseguro, no lo tuve fácil en aquel desolado paisaje repleto de chicharras, abetos y rocas cuarteadas por el hielo, pero -como podéis comprobar en la foto-, hice lo humanamente posible para elevar el trasfondo de mis meditaciones.


Y aunque sé sobradamente que el águila vuela sola y el cuervo en bandadas, mi quebradiza voluntad nada aguantó ante el peso de la sofocante canícula y los ensimismados pensamientos.
Y así, pajarillo sobre otra águila, mi Jarli-Jolie, retorné raudo al cosmos de los muertos vivientes, al universo de los atolondrados pecadores, al submundo de los ruidosos plebeyos.

¡Broommm…broommm!…pararáamericano…

Y es que, con tanta virtud, ya me estaba saliendo un sarpullido.

miércoles, 11 de agosto de 2010

FLORES AMARILLAS

Existen historias en la vida de los hombres que ante determinados estímulos, brotan –cual si de Guadianas caprichosos se trataran - sin que nada se pueda hacer por evitarlo. Son historias antiguas, de las que no recuerdas ni el origen, ni la fecha, ni el motivo exacto de su nacimiento, pero que te hacen sentir como ese pescador que después de estar todo el día pescando, suelta los peces por la noche para seguir pescándolos al día siguiente.
Y una de esas historias es la de las flores amarillas.
Porque quiso la madre Naturaleza- aliviada unos días de la cuchilla inclemente- sorprenderme una mañana con la hierba plagada de flores de ese color. Y recordé –inevitablemente-la leyenda que a continuación os relato.
Eran dos jóvenes campesinos, creo que polacos, (a estas alturas de mi vida ya no estoy seguro de casi nada) que se amaban con la pasión propia de unos enamorados adolescentes.
Sin embargo, oprimidos por la limitación que los ingresos de la actividad campesina conlleva, su pobreza era directamente proporcional al amor que ambos se profesaban. Pero la mujer, consciente de su belleza y de su paupérrima condición, y deseosa de salir de ese submundo de penalidades, le dijo a su amado que solo se casaría con él si era capaz de proporcionarle el suficiente dinero como para llevar una vida holgada.
El muchacho, perdidamente enamorado, no demoró un instante su partida hacia las lejanas minas de sal.
Y así pasó mucho el tiempo sin que uno supiera nada del otro, llenos de nostalgia, sumergidos en una intensa añoranza, impacientes y esperanzados, aunque la prolongada ausencia no logró apaciguar el intenso amor que uno sentía por el otro.
Después de tres largos años, llegó la hora del reencuentro. El muchacho, antes de articular palabra, entregó a su amada una bolsa repleta de monedas de oro. Pero la joven apenas pudo sujetarla entre sus manos ya que -horrorizada- no lograba apartar la vista de aquel hombre demacrado, enfermo, pelo encanecido y visiblemente agotado en el que –a causa de las penalidades-se había transformado su amado pretendiente.
Remordiéndole la conciencia y con lágrimas en los ojos, abrazó con todas sus fuerzas a aquel hombre prematuramente envejecido y arrojó lejos de sí la bolsa de las monedas de oro. Y lo hizo con tal ira que todas quedaron esparcidas entre la hierba.
Y , como por ensalmo, en pocos segundos, mudos testigos de la tragedia, en los lugares en los que se habían depositado las monedas, brotaron al instante unas bellas flores amarillas…

Ahora ya sabéis, estimados blogueros, por qué contemplando la imagen que os muestro en la foto, esta vieja historia ha reaparecido en mi cabeza.

Y aprovechad ahora que está presente, amigos míos, porque tal como ha venido volverá a irse y se esconderá irremediablemente en los recovecos de mi memoria, muy dentro de mí, allá donde casi nadie llega, cerca del corazón.

domingo, 1 de agosto de 2010

Cerca del cielo

Siempre me gustó el “cabritu con patatines” (“cordero con patatas”, para los foráneos), que preparan en una sidrería próxima a mi choza veraniega.
Y allí me dirigí, -caprichosín que es uno-, para adquirir una ración de tan suculento condumio. Pero tuve que esperar unos minutos, ya que las patatinas-¡maldita cocinera perfeccionista!- todavía no estaban en suficiente sazón.
Y allí me senté en la terraza,- resignada la mente y despierto el estómago-, a ver pasar el tiempo, el cadáver de mis enemigos, las mariposas multicolores y los turistas pisapraos, mientras la guarnición pugnaba por alcanzar su óptimo estado de cocción.
Y en esas estaba, concentrado en la nada, sumido en la bella inopia, ajeno al mundo y sus pompas, cuando una señora de mediana edad se acercó y me soltó de improviso:

-Usted tiene cara de buena persona: ¿Podría ayudarme a colocar la Virgen en su sitio?

La cara y la voz de esta señora eran angelicales, pero una chaqueta de Zara me impidió comprobar si en su espalda crecían o no la alitas de santidad.
Y ante un imperativo tan divino, no pude negarme a acompañar a tan querúbica demandante hasta la iglesia del otro lado de la calle, aunque sinceramente pensaba que el sitio de la Virgen sería demasiado alto y lejano para que mis débiles fuerzas (antes de comer) sirvieran de ayuda.
Y es que la Virgen (del Carmen)- explicó la angelical sacristana- había salido de excursión (y procesión) a un pueblo cercano y ahora tenía que retornar a su lugar preeminente en el atrio.
Con una gran emoción,- y una escalera pequeña - ayude a la Bella Señora a alcanzar su sempiterno lugar en las alturas, ya que sus anquilosadas piernas de escayola le imposibilitaban hacerlo por ella misma.
E incluso-arriesgando la salud- me tomé el atrevimiento de retirarle del escapulario algunas telarañas.

Es verdad, lo reconozco, nunca estuve tan cerca del cielo…

En fin, queridos blogueros, que queda claro que “los caminos del Señor son insondables, que “al Paraíso por el cabrito”, que “el cielo no puede esperar”, y que la magnanimidad de la Providencia siempre concede a un pecador como yo una segunda oportunidad.

La agradecida sacristana me despidió diciendo:
-¡La Virgen se lo pagará!

Y eso espero, aunque me temo que conseguir una cita con la Jolie será difícil incluso para los que se mueven en las más altas esferas…