Dicen que el concepto "Cielo" fue importado al judaísmo por el profeta Daniel, un tipo que se desenvolvía con soltura entre los magos zoroastrianos de la corte de Darío I. Para algunos, el actual dogma del Cielo suplanta a la obsoleta creencia judaica en el "Sheol", un lugar indeterminado y democrático donde las almas- tanto justas como pecadoras- esperan (sentadas) la redención del Mesías.
Pero como soy un ultramoderno que huye de arcaicas interpretaciones, (y como os expliqué en la anterior entrada), en mi desaforada búsqueda de la "dicha perdurable", intenté sonsacar a las monjas de Porta Coeli los secretos del más allá, aunque nada logré de esas angelicales criaturas que se levantan a la hora en la que todavía no están puestas las aceras.
Y como también soy un tipo duro, contumaz en el esfuerzo, inasequible al desaliento, tozudo con las cosas del espíritu, porfiado hasta la saciedad, (Jolie, toma nota), no me conformé con un “no” por respuesta y traté de encontrar el Cielo “motu proprio”, por las bravas, a lo loco, arriesgando sin ton ni son: