sábado, 26 de marzo de 2011

¡Chévere!

He de reconocer que hasta hace bien pocas fechas solo conocía a tres personas en Colombia: El genial García Márquez, la bella Shakira y el bigotudo cafetero Juan Valdés.
Además, con la mera mención de ese pais ,acudían a mi mente palabras tales como "cocaína", "cártel de Medellín" y "galopante inseguridad ciudadana".
Por eso, cuando hace unas semanas recibí la invitación de una sociedad científica para dar una conferencia en Bogotá, más que de alegría me sentí invadido por una honda preocupación y un tenebroso mar de dudas comenzó a oprimirme el corazón.
Menos mal que la familia- siempre atenta a mis desvelos- se apresuró a desechar de mi cabeza tan negativos pensamientos: Mi hermano me aconsejó que no llevara reloj, porque en esos sitios te cortan la mano para robártelo; mis hijos especularon sobre cuál de ellos heredaría la Harley y mi mujer precisó que – en caso de secuestro- solo me esperaría durante un año.
Por cierto, de pagar el rescate no dijo ni pío.
¡Ay, qué bonito es el incondicional apoyo familiar!
Sin embargo nada más aterrizar en Bogotá – una ciudad cuyo censo real duplica al de Madrid y Barcelona juntas- me di cuenta de la falacia de mis aprensiones, del error de mi sesgo cognitivo, de la aleatoriedad de mis distorsiones especulativas, de la poca verosimilitud de mis intuiciones prejuiciosas ,y me sentí como en casa.
Y también fui consciente de que solo había acertado en la idea de que esa zona era un vivero de mujeres explosivas. No obstante, libidinosos blogueros malpensados, he de deciros que mis amigas colombianas no me dejaron libre ni una triste cumbia , ni un mísero reggaetón, ni un escuálido vallenato, para evitar que sus compatriotas "explosivas-desaprensivas" pudieran abusar de una inocente criatura como yo.
¡Ay, qué bonita es la amistad!
¡Mecagüen….!
Resumiendo, que Colombia es, en efecto, un país de riesgo: Y el riesgo es que te quieras quedar. Porque, ¿cómo no quedarse en un país donde los pies no caminan sino flotan? ;¿cómo no quedarse en un lugar en el que- como ellos dicen- la gente baila hasta que la luna se pone verde?
En definitiva, que tanto Colombia como los colombianos han cautivado mi corazón.

Bueno, las colombianas, más.

sábado, 5 de marzo de 2011

Tordiñano

Gracias a vuestra sagacidad clarividente y a vuestra perspicacia sin límites, a estas alturas ya habréis deducido que la similitud entre el título de mi entrada de hoy y el apellido de un mediático cocinero vasco no es pura coincidencia, y que sólo es una disculpa para deleitaros con mis inigualables virtudes culinarias, con mi buen hacer en asuntos gastronómicos, con mi inusitada habilidad para desenvolverme entre ollas y fogones.

Lo malo de compartir impuestos y alcoba con una mujer profesionalmente muy cualificada –y Presidenta de una sociedad científica de ámbito nacional-, es que sus compromisos laborales propician que muchos días del año se encuentre ausente del nido familiar.
No obstante, siempre preocupada por mi supervivencia, se las arregla para hacer un paréntesis en su frenesí intelectual e interesarse por mi augusta persona.
Ayer me llamó por teléfono:
-Tordon, ¿dónde has ido a comer hoy?

Añadiendo un toque de dignidad herida a mis palabras, le contesté:

-Hoy no he ido a ningún sitio y me he hecho la comida yo solito.

Tras unos segundos de silencio-que yo atribuyo al estado catatónico que le indujeron mis palabras-me replicó:

-¿De veras? ¿Y qué has cocinado?
-Bueno, en realidad he elaborado un “arroz inmediato post-digestión” (*)
-¡No me digas!. ¿Y qué ingredientes has puesto?
-Bueno,…pues…agua…y...arroz… Se me olvidó echarle la sal, pero como comprenderás, con tamaña cantidad de componentes, se me fue el santo al cielo y uno no puede estar en todo…
- Mmmmm…suena delicioso -continuó ella ¿Y no has comido nada más?

Quizá estaba yo un poco susceptible, pero me pareció percibir en el “delicioso” un retintín de sarcasmo, y le contesté con la maldad que me caracteriza:

-No, además , de segundo, he preparado un “Pollo al viudo alegre” ¿Quieres que te diga los ingredientes?

Pero ella – lista como mi hambre- captó la indirecta y se apresuró en la despedida:

-…No, ya me los contarás otro día, que ahora tengo prisa. Nos vemos mañana. Un beso.

Pero he de añadir, queridos blogueros, que por mucho que tratemos de apagarla, la verdad es como una antorcha en medio de la niebla, y que a mi señora le salen mucho mejor los guisos que a mí, y no sé si será debido a su mayor formación "académico-culinaria" o simplemente a que los adereza con una dosis extra de cariño. Sea como fuere, y a pesar de que aun me duelen las muelas de masticar mi suculento “arroz inmediato”, lo cierto es que la quiero un montón y que la echo de menos, especialmente a la hora de comer.

Y que lo bueno de estar abundantemente servido y acostumbrado a los condimentos caseros, es que a uno no le entra la tentación de degustar exóticos e inciertos menús ajenos.

¡Coño, espero que ella piense lo mismo…!


(*) Denominación comprensible solo para los técnicos en alimentación.
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