La primera visión tras mi repentino soponcio fue el vigoroso batir del abanico de una señora que no cesaba de sentenciar:”Esto va a ser de la tensión baja, esto va a ser de la tensión baja…”
¡Ni tensión ni leches! Porque las últimas palabras que recuerdo antes de mi espectacular desmayo fueron las de la señora Tordon que –inopinadamente, mientras yo degustaba el primer café de la mañana--susurró:
-“Cariño, quiero tener un hijo…”
¿Un hijo? ¿Vosotros pensáis, estimados blogueros, que a un hombre de edad madura (casi provecta), que a un humilde varón como el que suscribe, que a un atlante-currante que tras denodado esfuerzo ha contribuido a la mayor gloria de la Humanidad con cuatro rebeldes sin causa, con cuatro hijos únicos, con cuatro retoños que desayunan, comen y cenan como limas, se le puede soltar así, de sopetón, sin anestesia, tan escalofriantes palabras?
Cuando la palidez cerúlea abandono mi semblante, la señora Tordon insistió:
-“Que no, que no es lo que tú piensas, que quiero tener un hijo del limonero centenario del prado de arriba que da unos limones más dulces , más finos, de textura más liviana…“ (Siempre me llamó la atención la sutileza del género femenino en general y la de mi señora en particular: Una vez le pedí que me comprara un jersey marrón, pero ella me rogó que le especificara si lo quería de color beige, arena, ocre, calabaza, terracota, chocolate, albaricoque, tierra, topo, café con leche, cuero, piedra…)
¡Ni tensión ni leches! Porque las últimas palabras que recuerdo antes de mi espectacular desmayo fueron las de la señora Tordon que –inopinadamente, mientras yo degustaba el primer café de la mañana--susurró:
-“Cariño, quiero tener un hijo…”
¿Un hijo? ¿Vosotros pensáis, estimados blogueros, que a un hombre de edad madura (casi provecta), que a un humilde varón como el que suscribe, que a un atlante-currante que tras denodado esfuerzo ha contribuido a la mayor gloria de la Humanidad con cuatro rebeldes sin causa, con cuatro hijos únicos, con cuatro retoños que desayunan, comen y cenan como limas, se le puede soltar así, de sopetón, sin anestesia, tan escalofriantes palabras?
Cuando la palidez cerúlea abandono mi semblante, la señora Tordon insistió:
-“Que no, que no es lo que tú piensas, que quiero tener un hijo del limonero centenario del prado de arriba que da unos limones más dulces , más finos, de textura más liviana…“ (Siempre me llamó la atención la sutileza del género femenino en general y la de mi señora en particular: Una vez le pedí que me comprara un jersey marrón, pero ella me rogó que le especificara si lo quería de color beige, arena, ocre, calabaza, terracota, chocolate, albaricoque, tierra, topo, café con leche, cuero, piedra…)
Una vez segura de que se ralentizaba la taquicardia y se alejaban mis vahídos, prosiguió:
-“Tal vez si le cortáramos una ramita y la injertáramos mediante un acodo y bla ,bla, bla…”
¡Coño, haber empezado por ahí, por el acodo, y no por la descendencia…!
Y es que si no la conociera bien pensaría que trata de cambiar su actual estatus por el de viuda alegre…
En resumen, que no es de extrañar que con tanto cítrico se me esté agriando el carácter.